El día de la ira: a un mes de los fieles difuntos.

 

El día de la ira será el día...Al momento de escribir estas líneas se siente ya el frío del otoño aquí en el hemisferio norte la señal inequívoca de que se acerca el invierno y en este las fiestas de la Natividad del Señor, antes de esta es el Adviento y antes de esta existe una conmemoración profundamente entrañable para nosotros como fieles católicos: El día de los fieles difuntos, larga ha sido en nuestra tradición católica el orar por aquellos que han fallecido, pidiendo al Señor la purificación de sus pecados y la liturgia tiene un lugar especial para hacerlo, como organistas algo de los más común son las llamadas “misas de difunto” y hoy les escribiré sobre una parte musical, lamentablemente y lo recalco, lamentablemente abrogada de la liturgia.



Con las palabras que dan el título al presente escrito -pero en lengua latina- comienza una de las secuencias más conocidas dentro del canto gregoriano y de la música católica, ¡sí!, me refiero a la famosa “Dies irae”; atribuida al monje franciscano Tomás de Celano allá por el siglo XIII, por lo cual puede ser considerada como uno de los ejemplos más famosos y duraderos no solo de la música católica, sino también de la música medieval.


Uno de los méritos de la secuencia es que no habla en la lengua de la modernidad diciendo que “todo va a pasar” que “todo es relativo”; o como dicen muchas homilías modernas “su difunto ya está con Dios”, “su difunto es ya un santo en vida” y eso mencionando lo que he escuchado personalmente a lo largo de los años; esta secuencia nos habla de lo contrario, del día de la ira, el día terrible en el que estemos ante la presencia de Dios para ser juzgados por lo que hemos hecho –y dejado de hacer- a lo largo de nuestra vida; nos presenta por medio del canto el terrible panorama que presenciaremos el día de nuestra muerte. Su texto, inspirado en Sofonías 1, 15, 16 en lengua española es el siguiente:

 

Día de ira aquel día,

Reducirá el mundo a cenizas:

Testigo David con la Sibila.

 

Cuánto temblor ha de haber,

Cuando el Juez ha de venir,

A examinarlo todo estrechamente.

 

Una trompeta, esparciendo son maravilloso,

Por los sepulcros de las regiones,

Los reunirá a todos delante de su trono.


La muerte y la naturaleza quedarán estupefactas,

Cuando resuciten las criaturas,

Para responder al Juez.

 

Se presentará el libro escrito,

En el que se contiene todo,

Por el que ha de juzgar al mundo.

 

Así, pues, que el Juez se siente,

Todo lo que está latente aparecerá:

Nada quedará sin castigo.

 

¿Qué voy a decir entonces yo, miserable?

¿A qué patrono he de rogar,

Cuando el justo apenas estará seguro?

 

Rey de tremenda majestad,

Que a los que se han de salvar los salvas por favor tuyo,

Sálvame a mí, fuente de piedad.

 

Acuérdate, Jesús piadoso,

Que soy la causa de tu viaje;

No me pierdas en aquel día.

 

Buscándome a mí te sentaste cansado;

Me redimiste padeciendo en la cruz:

Tanto trabajo no sea inútil.

 

Justo juez de la venganza,

Haz merced del perdón,

Antes del día de la cuenta.

 

Gimiendo estoy como un reo:

Por la culpa se ruboriza mi rostro:

Ya que suplico, perdóname Dios.

 

Tú que a María absolviste,

Y al ladrón oíste,

A mí también esperanza me diste.

 

Mis preces no son dignas,

Pero Tú, que eres bueno, haz benignamente

Que no me queme en el fuego perenne.

 

Entre las ovejas dame lugar,

Y de los cabritos apártame,

Colocándome en la parte derecha.

 

Rechazados los malditos,

Y a las llamas dolorosas entregados,

Llámame con los benditos.

 

Ruégote suplicante e inclinado,

Desecho el corazón como ceniza:

Ten cuidado de mi fin.

 

Lacrimoso el día aquel

En que resucitará  del polvo,

Para ser juzgado el hombre reo.

 

A éste perdónale Dios:

Piadoso Jesús, Señor,

Dales el descanso. Amén.

 

 

El texto como lo indiqué al inicio habla de la visión apocalíptica del fin de los tiempos, es la voz de aquel que sabiéndose pecador implora misericordia al Señor, alabándole con términos como “Rey de tremenda majestad”, “Justo juez de la venganza”, “Pero tú que eres bueno”; también recuerda aquellos pasajes evangélicos en los cuales Nuestro Señor mostró su misericordia “Tu que a María absolviste y al ladrón oíste”, y al mismo tiempo hace énfasis en que los buenos tendrán un premio y los malos un castigo “rechazados los malditos…”.

 

Otro punto interesante es la mención de la “Sibila” que en la mitología griega era una mujer que inspirada por Apolo podía predecir el futuro, siendo la más famosa la de Delfos; lo cual no debe interpretarse como que el poeta le daba validez a la antigua religión de aquellos pueblos, sino más bien que existe una conciencia común de que este mundo algún día terminará.

 

 

Musicalmente hablando fue compuesta usando el primer tono gregoriano, el cual es definido por el padre Kienle como “primus gravis” y grave es el texto de la misma, siendo las primeras notas con las que inicia usadas en diversas ocasiones fuera de la música sacra, desde composiciones clásicas hasta Star Wars; también varios compositores famosos entre ellos Wolfgang Amadeus Mozart han compuesto nueva música para la misma, dentro de sus famosas misas de Requiem, siendo ignorada por otros como Fauré.


 


Esta secuencia quedó oficializada como parte integral de la misa de Difuntos por el Concilio de Trento, se “cantaba” –párrafos más adelante señalo el porqué de las comillas- terminando el tracto, justo antes del Evangelio, siendo amada por gran parte del pueblo católico…y del no católico también.

Durante los funerales de Monseñor Affre, asesinado durante las revueltas parisinas de 1848 en la catedral del Sagrado Corazón en París, estuvo presente un clérigo anglicano llamado William Josiah Irons el cual quedó profundamente impactado con el canto del mismo, el cual terminando el oficio corrió a sus aposentos y tomando un misal comenzó a traducir la secuencia bajo el título “Day of Wrath! O Day of Mourning!” musicalizado años después por otro clérigo anglicano John B. Dykes; siendo cantada la traducción inglesa tanto en su melodía gregoriana como en la de Dykes por los sectores anglocatólicos, pasando a las comunidades luteranas y reformadas europeas.



      John B. Dykes 


 Volviendo a nuestra Iglesia, pasaron los años y con la llegada de la “Reforma litúrgica” se decidió la supresión de la misma, al respecto el artífice de esta Annibale Bugnini escribió:

 

“Se deshicieron de los textos que connotaban una espiritualidad negativa (¿qué?) heredada de la Edad Media. De este modo, eliminaron textos tan familiares e incluso amados como Libera, Domine y Dies irae, así como otros que sobreenfatizaban el juicio, el miedo y la desesperación. Éstos se reemplazaron por textos que instaban a la esperanza cristiana y daban una expresión más efectiva a la fe en la resurrección.”

 

De esta manera y de un plumazo, queriendo olvidar el justo juicio de Dios, queriendo ver los funerales como una “celebración colectiva” se condenó a muerte esta secuencia no apareciendo en el nuevo misal publicado en 1969 así como en sus subsecuentes ediciones; pero no, el “Dies Irae” no está muerto, las comunidades que siguieron celebrando la misa tradicional le han mantenido vivo, y gracias al Motu proprio de Benedicto XVI “Summorum Pontificum” esta secuencia sonará en muchas ciudades dentro de un mes al igual que en los Ordinariatos anglocatólicos creados por el mismo Pontífice. 

 

A título personal, creo que esta debería reinsertarse en la liturgia ordinaria, , no considero que lo que fue bueno antes ahora sea malo o negativo como él lo manifestó, al contrario, recordar los novismos –muerte, juicio, infierno y gloria- es algo muy importante para nosotros como fieles católicos y el texto de esta secuencia jugaría al respecto un papel esencial en el mismo, junto con la absolución del “Libera me”. En estos días donde gracias a una misericordia mal entendida miles de difuntos quedan sin una oración y son ya canonizados por el pueblo en su lecho de muerte no estaría de más recordar, y no, no es desesperación o miedo, es mostrar las cosas…como son, aparte que esta bella pieza de la música y el arte no merece, no debe caer en el olvido.  

 



 

 

 

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